Sobre el Amor

Las personas buscan el amor, el cariño, la cercanía, el sentimiento de integración en un grupo o clan… La gran mayoría de las personas sienten una gran necesidad de sentirse queridas/os y, más allá aún, de vivir en un espacio de amor.

Quizás debido a la influencia de las culturas orientales, ahora suele decirse que buscamos un estado de amor incondicional hacia las demás personas. Pero ese estado o situación se nos resiste, se nos escapa… ¿Por qué es tan difícil encontrar el amor tan deseado? Quizás, precisamente, por ese mismo deseo que nos impide ver con claridad lo que está ocurriendo. Quizás, precisamente, porque lo que en realidad busca nuestra mente es un estado de amor incondicional de los demás hacia nosotros/as, pero no está dispuesta a hacer lo propio con las demás personas.

Si somos amor… ¿Por qué no estamos siempre en conexión con nuestra fuente afectivo-amorosa?

El camino no es buscar el amor y, muchísimo menos, tratar de auto-imponernoslo adoptando modelos externos que se convierten en nuevas obligaciones. Trabajar con el amor es, en realidad, trabajar con todo aquello que está impidiendo, en la práctica, que permanezcamos en una conexión o comunión amorosa con el entorno y nosotros/as mismas. Es trabajar, pues, con las ideas y emociones que envuelven a nuestra fuente de amor impidiendo el normal fluir de nuestra capacidad para estar en el amor que siempre somos.

Esta barrera está constituida por miedos y dolor (convertido en sufrimiento por falta de comprensión) acumulado a lo largo de nuestra vida, así como por ideas acerca de cómo es y debe ser el mundo y, como consecuencia, nosotras/os mismas.

Una idea aceptada especialmente relevante en este asunto, es la siguiente: “El amor depende de lo que me den/provoquen las otras personas”… Vivimos en una sociedad que ha aceptado que el amor viene o está promovido desde el exterior, es decir, que se han de dar determinadas condiciones externas (una persona que nos quiera, etc.) para que en nuestro interior fluya el amor… ¡Gran error! El amor depende, fundamentalmente, de que no haya alteraciones en nuestra mente que interfieran su natural fluir y nuestra conexión con dicha energía.

Como referente inicial podríamos decir que existen dos grandes dolores que hemos de sanar en cuanto a nuestra relación con el amor:

– El dolor-sufrimiento por el primer gran desamor, por el primer gran dolor, desemparo y abandono que sentimos en nuestra primera infancia: se trata, habitualmente, el dolor por el desamor de nuestra madre.

– El otro gran dolor-sufrimiento es una ampliación del primero; se trata del dolor ante la evidencia de que las demás personas, la sociedad en su conjunto, nos valoraba por cómo éramos y no por lo que éramos en sí. Es el miedo y dolor que se produjeron cuando, en la infancia, comprobamos que no somos especiales para el resto de las personas y que éstas pueden “no querernos”.

Esto constituye el primer gran aprendizaje (que se convierte en Idea Aceptada): si me abro totalmente al amor me vuelvo vulnerable y las actitudes y conductas de las otras personas me producen un grandísimo sufrimiento.

Aprendemos, además, que en nuestra sociedad el amor no es incondicional sino que, más bien, hay que ganárselo mediante acciones que se adecúen a lo que las otras personas esperan y/o necesitan.

Y un último aprendizaje muy importante: al final, cuando las cosas se ponen difíciles, cuando cada cuál ha de mirar por sus intereses, lo que se impone es el egoísmo y la violencia sobre el amor… El amor no es suficiente ante el egoísmo y la violencia.

A partir de estos aprendizajes que realiza nuestra mente (ideas aceptadas), ésta pone condiciones para abrirse a nuestro flujo amoroso. Aparecen las ansiedades, los juicios, mediciones y los miedos a perder o no tener amor; es lo que hemos denominado “El mercaillo del amor” pues en este escenario, todo se compra y se vende, siempre bajo el objetivo de aumentar mi seguridad amorosa. El miedo se impone al amor y el egoísmo al altruismo.

Efectivamente, si ahondamos hacia la base de todo, hacia el origen de nuestra actitud base ante la vida, comprobaremos que la decisión inicial que luego lo determina todo es desde dónde me sitúo en mi relación con las demás personas; desde el amor o desde el miedo. Esta es la pregunta clave.

Si la base es el miedo, lo que prevalece es qué posición de seguridad consigo con esa relación. Si la base es el amor, lo único que importa es el acto amoroso en sí.

Al principio, necesariamente, es desde el miedo (salvo contadísimas excepciones esto es así en todas las personas). El miedo se apoderó de nosotras/os, se nos “metió en el cuerpo”. Esto lo nombre muy bien Eckhart Tolle cuando habla del cuerpo del miedo.

Haremos un proceso de observación mantenida de esta cuestión, de nuestra relación con el amor, Puede ser, por ejemplo, a partir de la pregunta ¿Desde dónde me relaciono con las otras personas?

Como siempre, evitaremos en este proceso de observación introspectiva, cualquier deseo de que las cosas sean de una determinada manera y, también, cualquier juicio acerca de si está bien o mal lo que vayamos encontrando.

Aparecen muchísimas mezclas. Casi nunca nos relacionamos con las otras personas desde el miedo o el amor en estado puro. Pero hay que avanzar, hay que seguir mirando hasta que aparecen las clave, la base de todo… La decisión o juicio primario a partir del cuál se construyen nuestras relaciones con el resto de las personas, con el mundo.

Desde el miedo significa que me relaciono con el mundo desde mi yo-mental/personaje/ego. Y, desde ahí, siempre habrá algo que defender; una posición, un deseo de ser o tener, etc. Siempre habrá peligros de perder o no conseguir lo que quiero. Siempre habrá un algo que quiero, un objetivo en mi relación amorosa, que lo empaña todo. Desde el miedo aparece la necesidad de seguridad amorosa plasmada en la necesidad de ser especial, de sentirme yo especial ante mi y de ser especial para otras personas.

Hemos de abrirnos de par en par a las profundidades de nuestro inconsciente. Ahí nos aparecerán las evidencias que buscamos, las claves del dolor que envuelve e impide el crecimiento de nuestro amor.

Libres de juicios y autojuicios, simplemente buscamos en nuestra historia de vida (siempre desde el momento actual, desde el ahora, desde lo que está ocurriendo en nosotras/os en este momento) los orígenes de la situación actual… La pregunta es: ¿Por qué cuando busco dentro de mí el amor, aparecen el dolor, el miedo, el egoísmo, la defensa, la medición, el juicio, la rabia…? ¿Desde cuándo ocurre esto y cuál es su origen?

Recordad que el ser humano, lo que busca por encima de todo, es la plenitud. Volver a esos estados de plenitud que temporalmente, quizás como destellos, nuestra mente ha conocido. Esa búsqueda de plenitud se concreta en la búsqueda de una plenitud mental (máximo de comprensión y capacidad para gestionar mi vida), plenitud energética (necesidad de sentirme con fuerza ante la vida) y, por último, plenitud amorosa. El problema es que, al nivel del personaje, esta búsqueda de plenitud amorosa se plasma en la necesidad de tener la seguridad de contar con el amor permanente e incondicional de las otras personas.

Efectivamente, necesidad de amor y necesidad de seguridad van íntimamente ligadas e interactúan en diversos niveles de nuestra mente y debemos prestar atención a ello. En el paquete hemos de añadir, además, la íntima interrelación existente con el otro aspecto fundamental de nuestro desarrollo: la fuerza o valía, que al nivel del personaje se plasma en la necesidad de sentirme (autoevaluarme) fuerte, válido y capaz ante las otras personas y las dificultades de la vida. Para nuestra mente profunda-infantil, tener amor seguro y tener la validación de los demás, significa lo mismo: seguridad de no ser excluido/a.

Buscando un referente

Hay una pregunta clave que podemos hacernos: ¿Deseo el bien para esta persona por encima, incluso, de que cumpliéndose ese bien, esa situación la/lo alejaría de mí o mi posición en su vida disminuiría en cercanía y relevancia?

Pregúntate esto con respecto a tus relaciones más relevantes.

Una relación sana con el amor implica haber identificado y superado los conflictos o dolores que he acumulado a lo largo de mi historia de vida con mi madre-padre y resto del mundo. Aceptando la realidad tal y como es, comprendiendo y aceptando que las otras personas también funcionan desde el miedo.

Se impone, pues, un proceso de observación profundo y con exigencia de gran honestidad hacia mi.

Pero entonces… ¿Es mentira el amor que he sentido a lo largo de mi vida?

La respuesta es, claramente, NO. No es falso el amor que has sentido. Lo que sí es un error, y grave, son las Ideas Aceptadas que ha ido acumulando tu mente en torno al amor. Por ejemplo, esa idea de que nos ha de venir desde fuera, o esa otra, de que el amor nos hace vulnerables al sufrimiento.

Quita esas ideas, limpia lo que interfiere en tu mente con el flujo amoroso, y quédate con el sentimiento, limpio y sin condicionantes.

Que os llenéis de amor

Que me llene de amor

Que esté bien

Que pueda estar en paz y cómoda/o

Que sea feliz

Un comentario en “Sobre el Amor”

  1. No todas las personas funcionan desde el miedo. Amor y miedo son dos energías incompatibles. Son las dos caras de un moneda, como la luz y la sombra.
    Cuando el miedo entra por la puerta el amor sale por la ventana.
    Hay personas especialmente miedosas, las que en el eneagrama se encuandran en el seis.
    Nuestro cerebro reptiliano trata que sobrevivamos y no que seamos felices, eso lo hace alertandonos de diferentes peligros, reales o no y muchos de ellos nunca llegan a hacerse realidad. Vivimos en permanente miedo por cosas que posiblemente nunca ocurran.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *